domingo, 8 de mayo de 2011

Club de lectura "Pulgar de elefante"


Querida Clementine:

A mí me parece que es más fácil ser un Thompson que un Carver, fíjate lo que te digo, aunque no sepas disparar ni acabes peleado con tu novia en la isla del Prisionero. Me parece más fácil vivir empujado por sentimientos mestizos, que no son amor ni egoísmo ni generosidad ni rencor, sino una amalgama indescriptible donde a veces asoma más la cabeza lo uno y otras lo otro, y que lo llamamos cariño, reponsabilidad o miedo un poco por ponerle nombre ante nosotros mismos, para tener alguna idea de por dónde empezar a meterles mano. Los personajes de Carver viven atascados en la rutina, pero yo, que también soy muy de costumbres, estoy más preocupado porque como he dormido cuatro horas y estoy algo empachado tenga hoy un poco menos de cariño en la mezcla de lo habitual. Me preocupan mis impulsos, que me llevan a decir lo que no siento, a enfrentarme con quien menos debería, que el amor siempre sea amor pero con un poco más de ira el martes y con lo mismo pero de mimo el domingo. Eso no sale en Carver, tanto que va de realista, eso sale en Thompson, y en Jardiel, y en James Ellroy, y en Galdós. Los grandes, vamos.

Y por eso la peli de La huida me mosquea tanto. Se quieren y luego hay alguna duda, pero no, es que se quieren. Y encima los actores se enrollan, para rematar. A mí me gusta que se quieran y luego se quieran con furia, y luego se quieran con desconfianza y luego traicionados. Que sea un lío, qué demonios, porque es un lío. ¿Sabes que Jim Thompson escribió un guión con ESE final y Steve MCQueen se buscó otro guionista? Nos ha jodido, qué iba a saber Jim Thompson de sus propios personajes. Siempre me pasa igual con las películas, como a Holden Caufield, que les estoy empezando a coger odio. Ni me las menciones.

En mi opinión, (que es eso, una opinión y que yo creía además minoritaria, pero es verdad que de un tiempo a esta parte parece que le están cayendo de todos lados), bueno, en mi opinión a Carver hay que reconocerle el mérito de plantear estructuras donde los personajes no sean perchas en las que colgar historias, el valor de invertir la tendencia natural de la narración. Y reconocérselo regular, lo primero porque no fue el primero en hacerlo y después porque eso, a lo mejor, tampoco es un mérito en sí mismo. Eso del vértigo cotidiano de los personajes abandonados a su vulgaridad creo que dice más del lector que del escritor. Me recuerda a esas pitonisas que dicen adivinar tu futuro cuando en realidad la información la estás poniendo tú, sin darte cuenta, respondiendo preguntas de buena fe que se dejan caer para que parezcan una cosa y luego son otra.

Además, a mí me sabe a poco ese estilo escaso de Carver, tan conversacional. Decía hace quince días que la literatura debería ir de lo extraordinario, pero no es ya eso, es que yo me moriría de asco teniendo una conversación en un ascensor como las que salen en ¿Quieres hacer el favor de callarte, por favor? Tampoco hace falta la sobredosis retórica, y por eso recomendaba a Thompson. Me encanta ese estilo seco, como esculpido a dentelladas, que hace que cuando asome la ternura lo haga siempre de forma inesperada, como por contraste, y quizás por eso absolutamente creíble. Saltando donde menos se la espera, como en la vida.

Yo te diría que creo que hay una cosa que hermana a Carver y a Thompson, y es una de las razones por las que te lo recomendé: son autores que no tienen miedo de escribir sobre personajes incómodos. En sus historias salen en primer plano personajes desagradables, mezquinos y egoístas, y en ningún momento hay un problema con eso. No pasa nada porque el lector no pueda empatizar con nadie, se renuncia de entrada al mensaje subrayado. Eso es algo valioso, y más bien poco común.

Sinceramente

Heras

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