sábado, 23 de abril de 2011

Club de lectura "Pulgar de elefante"



Segunda carta del Club de lectura "Pulgar de elefante".

Querida Clementine,

A mí es que no me gusta Carver, pero más que nada porque entiendo que la literatura debe hablar de lo sorprendente. Que no tiene por qué ser muy raro, Galdós habla de cosas muy comunes y es sorprendente. Carver piensa que lo ordinario, lo cotidianísimo, es fascinante, y yo no lo creo, o al menos no lo creo tal y como él lo escribe. A mí me parece que el centro de la narración está más bien en lo extraordinario: incluso la historia de un tipo que llega una hora antes a casa y pilla a su mujer con el fontanero está basado en lo extraordinario. ¿Le dejaron salir una hora antes un miércoles? ¡Pero qué tío!

Estoy de acuerdo con que Hopper y Carver se parecen en intentar capturar el grado cero de la pochez. Aislarlo para que luzca en toda su pobredumbre, escupírselo a la cara a quienes piensen que el arte debe concentrarse en lo bello...  Y hasta aquí bien, por supuesto, escupir a un académico, cómo no, y encima quedando de artista, cuidao. Pero como la pintura tiene un lenguaje y la escritura otro, la descontextualización de Hopper parece trágica, con unos personajes que no vieron pasar su tren, obligados a la mediocridad sin saber muy bien cuándo dieron el paso en falso ni si llegaron a darlo siquiera. Es eso que decían los giegos de que los dioses juegan con tu vida, pero esta vez es que no te han dejado ni la oportunidad de meter la pata. Frente a esto, la descontextualización en Carver parece banal: una conversación oída a medias entre dos personas al azar en medio de ningún sitio. Sí que es verdad que a veces una conversación cazada así, a la mitad en la cola rápida del Lidl, te puede descolocar, incluso entristecer. ¿Quiénes serán estas personas? ¿Qué les habrán hecho para que sientan tanto rencor? ¿Habrá alguien esperándoles cuando lleguen a casa? La novela y el cuento, como géneros, se engendraron al calor de estas preguntas, no me cabe duda, y las desarrollan dándoles un contexto en las que crecer, un contexto que les de forma y desde ahí... pues no diré sentido, porque eso no... pero a lo mejor volumen.

Me gusta más Amy Hempell porque siendo realidad recalentada, en sus mejores cuentos la trama puede respirar (In the cementery where Al Jolson is buried) Los personajes se ilusionan, se dejan llevar. No me da una sensación de conclusión y por eso me irrita, le reconozco el talento de interesarme en una pieza aunque sepa muy bien que piensa dejarme a medias. Pero si tuviera que escoger un Hopper literario elegiría a Jim Thompson. Es verdad que sus historias se enredan en tramas violentérrimas, y sus personajes parecen un catálogo de desquiciados escapados del frenopático (en muchos casos son literalmente eso), pero sus diálogos no podrían sonar más verosímiles, sus motivaciones tienen raíces trágicas, sus fracasos suenan como murmullos y no como explosiones. Ahí tienes Hijo de la ira, una novela sobre un chico obligado a amar cuando lo que le saldría de dentro es sembrar el odio. O La huida, que si has visto la peli lo mismo piensas que es una historia de amor con Steve McQueen, pero que puede muy bien ser la novela más dura sobre la identidad que he leído jamás. ¿Por qué el relato de la tragedia cotidiana debería revestirse de intrascendencia? 

Sinceramente suyo,
Mr. Heras

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