sábado, 16 de abril de 2011

El Brujo


Yo no quería que me gustara El Brujo, de Carla Berrocal.

Es extraña la sensación que se produce cuando tienes en tus manos el trabajo de tres años de una amiga como Carla. Por un lado, la amistad sin quererlo hace como la media de Sara Montiel y se empeña en esconder arrugas y nublar el juicio. Por otro, la propia Carla, como profesora de cómic que es y de la que fui alumno el año pasado, puso en mi cabeza la caja de herramientas con la que diseccionar su cómic cual ratoncito de laboratorio. Así que allá fui con mi bisturí de crítico dispuesto a luchar contra la condescendencia y despedazar El Brujo con mirada fría.

Lo abrí, e intenté pasar por todo ese despliegue de color y técnica sin abrirle mi corazón y no supe qué decir. Porque no quería que me gustara. Porque quería darle a Carla el regalo de una crítica meditada, elaborada, sin chorradas. Y no podía. Así que lo dejé en el congelador con la esperanza de volver a encontrarlo pronto.

Hace dos días volví a abrir El Brujo como si fuera un libro ajeno, como si no fuera el trabajo de alguien a quien quiero mucho. Y ahora sí, le abrí mi corazón de lector y el hueón de Pillampel me lo robó. El Brujo es un tebeo con múltiples caras en lo visual y en lo formal, que sabe a cuento de irse a la cama, a tradición, a tristeza, al amor perdido, y sobre todo, sabe a ese Corto que tanto adora Carla y que tan bien le sale en este brujo de sonrisa amplia y corazón triste que es Porfirio Pillampel. Así que si me invitáis este año a vuestra casa, o a vuestro cumpleaños, ya sabéis lo que os voy a regalar. Avisados estáis.

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