miércoles, 2 de febrero de 2011

Cosas que me gustan: El palmar de vejer

Me siento en la arena de la orilla de mi playa preferida. Apoyo la barbilla sobre mis rodillas dobladas frente a mí abrazadas con los dos brazos. La arena es fina y uniforme, no puedo ver ni piedras, ni conchas, ni algas. Es media tarde. Miro al mar esperando a que el sol se ponga en el final de este largo horizonte. Oigo gritos de gente a mi alrededor, pero están lejos. Noto sobre la piel como una niebla tranquila que me envuelve. Parece que aunque intentase escuchar las voces lejanas no podría detrás del murmullo constante de las olas rompiendo contra la orilla. No hace calor. Es el final de la primavera. El día ha sido soleado y la noche será fría, y esta media tarde es aun tibia. Llevo mi sudadera azul pálido porque siempre soy friolera. Si me concentro mucho puedo percibir el olor del mar en la brisa, pero es un olor muy tenue. El cielo está casi despejado, sólo hay alguna raya de nube cruzando el sol. Hay hombres pescando cerca de la orilla. Clavan la caña en la arena y se sientan al lado de ella con una cerveza, en silencio, mirando al mar. No les veo nunca pescar nada. Más allá al final de la playa, hay gente haciendo surf. No hay muchas olas y se caen muy pronto, pero aun así nadan hacia dentro y lo siguen intentando, una y otra vez. También guardan silencio, concentrados. Aparte de los pescadores y los surferos, la playa está casi desierta, y la poca gente que hay pasea por la orilla. Muchos tienen perro que se acercan a mí a saludarme. Un par de caricias y se van corriendo, porque hay tantos olores, colores y sonidos que resulto muy poco interesante.

Los rayos del sol de media tarde colorean toda la playa de rojo.Cada vez que una ola vuelve hacia dentro del mar, esta luz se refleja en la orilla humedecida y se crean destellos dorados muy brillantes, que luego son absorvidos por la arena. Y así en cada ola. Un milagro repetido de colores dorados abandonados por el mar sobre el rojo de la arena que luego, tras un instante imperceptible, desaparecen. A veces, si una ola cambia la trayectoria de su retirada, la arena puede parecer azul o incluso púrpura, y los destellos siguen siendo dorados pero distintos. Cuando lo estoy mirando, me pregunto si es lo más bonito que he visto nunca. Me contesto sin dudarlo que sí.

Noto como los gritos lejanos se acercan rápidamente. Al fin, se imponen sobre el murmullo de las olas. Me sacudo la niebla de las orejas y distingo una voz alegre y los ladridos de un perro. Si me concentro mucho puedo hasta oír que llaman mi nombre. Pero entonces ya es tarde para pensar en ello. En menos de un segundo, unos brazos me abrazan por detrás con fuerza y me desestabilizan. Me caigo de lado sobre mi espalda. Mi pelo se me enreda en la arena. La sudadera azul pálido se moja con la humedad dorada de la orilla. Ya no siento la envoltura de niebla, sólo vuestro peso sobre mí. Mi cara se llena de besos y lametones. El olor a brisa del mar se sustituye por este olor a perro mojado. El murmullo de las olas se reemplaza por la última historia cafre de Horacio en la playa que me cuentas divertido. Te ríes, y juraría que Horacio también se ríe. Cuando os estoy mirando, me pregunto si sois lo más bonito que he visto nunca. Me contesto sin dudarlo que sí.

Pienso que hay días en los que el sol no se pone.

2 comentarios:

  1. Qué sorpresón me he llevado. Me encanta. Y a H también, que está aquí durmiendo después de su paseo nocturno. Un beso.

    ResponderEliminar